Mayte Tudea.
Hoy es domingo. En esta primavera intermitente que estamos teniendo –de repente la lluvia, de repente el calor-, no podemos hacer planes demasiado fijos, si éstos, además, están sujetos al tiempo atmosférico.
Teníamos previsto pasar un día de playa. Después de tantos meses de mal tiempo (o bueno, según la perspectiva desde la que se mire) nos apetecía caminar por la orilla del mar, tomarle la temperatura al agua, y tendernos en una hamaca al sol disfrutando del bienestar que producen sus rayos, sobre todo ahora, en que todavía el mercurio se mantiene en límites razonables.
El cielo ha amanecido nublado y no parece que podamos cumplir lo que en un principio nos apetecía. No importa. La ventaja de llegar a una cierta edad ¿o incierta? es, me parece a mí, la flexibilidad para adaptarse a las circunstancias, si son precisamente éstas las que te obligan a hacerlo. Cambiaremos el programa, y lo sustituiremos por caminata, comida, y cine.
Este sentimiento de que “todo es relativo” que se ha ido adueñando de mí desde hace unos pocos años, abandonando aquellos “absolutos” por los que me peleaba en el pasado con “uñas y dientes” –cuando una era feliz e indocumentada, como decía mi admirado García Márquez-, no cabe duda de que me ayuda enormemente a aceptar los cambios de mejor grado, y por qué no decirlo, también las pequeñas decepciones que se van presentando en esta etapa de la vida.
Sin embargo, a pesar de “éste dejar pasar, dejar hacer...”, aún recordando que “en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira...”, incluso asumiendo aquello de “que no por mucho madrugar, amanece...” y cuantas reflexiones pudieran abundar en este tema, observo que hay al menos dos cosas que la mayoría de las personas no somos capaces de “relativizar”: la idea política con la que nos identificamos y el equipo de fútbol al que elegimos.
Habrá excepciones, pero yo no las conozco. Y es sorprendente observar como un mismo hecho, argumentado desde el punto de vista de un simpatizante del P.P., o de otro que defienda al P.S.O.E., puede convertirse en algo radicalmente opuesto y situarse en las antípodas. Leáse: “Garzón al paredón”, “Garzón: beatificación”. Incluso los razonamientos legales -el mismo artículo y la misma ley- que unos y otros esgrimen, son interpretados a voluntad, o en su caso, forzados para que coincidan con el análisis previo que el color político de cada uno ya le ha impuesto. (Supongo que nuestro filósofo, Tomás, podría aportar luz sobre este tema, desde su equidistante “torre de marfil”). Esperemos que lo haga.
Y todo esto me recuerda, que hace unas semanas presencié por televisión el penalti tan claro que le hicieron a “mi” Atlethic de Bilbao, y que por supuesto, no vieron ni el público contrario, ni el árbitro, ni siquiera los “liniers”, ¡vendidos!, que son todos unos vendidos...
25-Abril-2010
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