Me resistía a creerlo. Aunque desde hace unos cuantos años se vienen produciendo señales inequívocas del camino ¿sin retorno? que han trazado nuestros dirigentes –se postulen de izquierdas o de derechas-, continúo siendo un poco ingenua a pesar de los años, y no quería creerlo. Una persona muy cercana a mí, a la que reconozco inteligencia y un gran conocimiento en estas cuestiones y con la que mantengo charlas muy instructivas sobre todo lo divino y lo humano, me explicaba el proceso lento pero irreversible que se está llevando a cabo en nuestro país, y que de modo gradual va conformando una nueva sociedad en la que cada vez estaremos más desprotegidos y en la que terminaremos, si se me permite la expresión, “con el culo al aire”. Nos han venido vendiendo la idea de que todo lo público funciona mal. Que como no hay competencia, ni competitividad, los servicios públicos son más costosos, menos ágiles y por tanto menos eficaces que los privados. Éstos, éstos son realmente los que marchan bien, los auténticos “pata negra”, los merecedores de todos los elogios y los que además regulan adecuadamente el mercado. “Competir”, ese es el verbo mágico que hay que conjugar en presente y en futuro, y lo demás son tonterías. Y de este modo nos hicieron creer que al liberar el monopolio de los carburantes, íbamos a tener la oportunidad de elegir la estación de servicio en la que la gasolina fuera más barata. ¡Ilusos! Las grandes compañías acuerdan “sotto voce” los precios mientras el Tribunal de la Competencia mira para otro lado; aplican instantáneamente las subidas del petróleo y retrasan cuanto pueden las caídas. Según escuché ayer por la radio, las compañías españolas son las que obtienen un mayor beneficio respecto a la venta de gasolina y gasoil, muy por encima del resto de las europeas. Las cifras que dieron de esa diferencia eran aplastantes. ¿Qué les parece si hablamos de la electricidad? ¿Con cuántos millones se indemnizó a las eléctricas para compensarlas con el cambio de sistema? Creo que no hace falta recordar lo que ahora ocurre. Las subidas constantes (e importantes) en el precio de la luz, que se intentan justificar por el “déficit tarifario”. Un déficit que no les impide conseguir beneficios millonarios y repartir dividendos a sus accionistas. En todos aquellos sectores básicos y trascendentales para la buena marcha del país, ha sucedido lo mismo. Los sugerentes “cantos de sirena” con los que intentaron seducirnos, la cruda realidad nos ha demostrado que tan sólo eran un señuelo para incautos. Y se privatiza Aena, y Adif se convierte en una empresa semi-pública que maneja un servicio tan importante como el desplazamiento de personas a través de nuestro territorio, pero imponiendo sus normas y sus tarifas. El “run-run” permanente sobre la sanidad amenaza nuestras cabezas, mientras se afirma que la enseñanza concertada resulta más barata que la pública. Efectivamente, teniendo en cuenta que los “añadidos” que los padres tienen que abonar en ésta primera terminan por convertirse en un cifra similar a lo que cuesta la propia enseñanza, al Estado le resulta más cómodo y económico subvencionar que crear y mantener escuelas y profesores. Y nosotros, impasible el ademán, vamos tragándonos todos los “sapos” que nos lanzan sin mover un solo músculo del rostro, ignorando al parecer que las empresas no tienen otra finalidad que la del lucro –razonable por supuesto para quien arriesga su dinero en las mismas-, pero totalmente inaceptable en aquellos servicios de primera necesidad: Sanidad, Educación, Administración Pública, etc. que a mi modo de ver son los pilares básicos que garantizan al españolito de a pie una seguridad en el sistema y una cierta calidad de vida. Y mientras tanto se permite ¿o se favorece? el deterioro de lo público para que sea el propio ciudadano quien clame porque nos lo sustituyan por las entidades privadas. Y ciertos funcionarios con su comportamiento, colaboran en gran parte a que esto suceda. Yo he sido atendida hace poco más de dos semanas en el Hospital Clínico de Málaga. Hablar del “desbarajuste” en el Servicio de Urgencias donde permanecí desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche en una camilla sin que nadie se preocupara de aliviarme el dolor, trayendo en mi mano el diagnóstico y todas las pruebas necesarias para ser intervenida realizadas en el Hospital de la Paz, de Madrid, es centrarlo todo en mi persona, cuando a mi alrededor unas cuantas decenas más pasaban por un calvario similar. El primer médico que nos recibió, correcto, amable, facilitándonos toda clase de información nos indicó que en cuanto hubiera un quirófano de urgencia disponible, sería operada. Hubo de pasar un día más hasta que eso ocurriera, pero la intervención de dos estupendos traumatólogos y una magnífica –aunque antipática- anestesista, permitió que todo se desarrollara perfectamente y sin problemas. La competencia de los profesionales que me intervinieron quedó manifiestamente demostrada. Nada que reprochar. Ahora bien, algunas de las enfermeras, auxiliares, celadores, que me atendieron con la misma delicadeza que lo harían de trabajar en una granja y no en un hospital, son probablemente los causantes de las quejas del usuario ante lo público. ¿Por qué se comportan así? Porque hay una escasez de personal manifiesta, porque les han rebajado el sueldo sin “anestesia” en un cinco por ciento, porque los medios de que disponen no son suficientes y seguramente por una lista de agravios que yo no sé completar. Y toda su frustración recae sobre el lado del más débil y más necesitado en esos momentos, que llega a la conclusión inapelable de ¡qué mal funciona la Seguridad Social! Y no es cierto; sólo los que no desempeñan adecuadamente su trabajo son en gran parte los responsables. El día que me dieron el alta, uno de mis hijos que de un modo casi constante había presenciado y “sufrido” mi estancia en el Hospital, me comentó: “Menos mal que nos vamos mamá, si no termino “asesinando” a alguien”. Su humor es ciertamente corrosivo, pero en este caso, justificado.
En fin, competencia sí, pero la que define el diccionario como “cualidad de competente (conocedor, experto, apto)” y no aquella que encubre el monopolio y tiraniza al consumidor.
Mayte Tudea.
30-Marzo-2011